Cuentos de terror

05.01.2012 18:46

 

                           SU VOZ

 
Antes que nada permiteme aclararte que no tengo nada contra ti, que sólo sigo con "su juego". No pudo revelar su nombre aún, espera a que se acerque.
No, de nada sirve pensar que te estoy mintiendo o que cierres nuestra conversación, ya ha iniciado. Tú sólo sigue escuchándome y te contaré una anécdota. Solía dar clases en una universidad (no diré cual) y estaba en mi última noche libre. Pero esa noche era especial, no a diario puedes Conseguir tanto por tan poco y mucho menos de alguien que es tan desagradable, o eso creía. Lo conocí en un bar, su nombre era (lo puedo decir, está más cerca ahora) Demian. En fin, era un tipo con traje refinado, aunque con un desgarre en el pecho. Sombrero de copa y un bastón, apropiado en aquel entonces, pero no en un bar. Yo iba aún con mi ropa de esa tarde y me veía algo sucio, por lo cual se me hizo extraño que me hablara como sí se dirijiera hacia alguien importante. Por cierto, no respires tan fuerte, te puede oír. Por favor sigue mis consejos. Me pidió un poco de atención. No debí acceder tan rápido, pero el alcohol me tenía en sus garras y espero que no sepas lo que siente alguien en duelo, pero yo lo estaba y nada me importaba. En fin, accedi casi sin darme cuenta. No era un mal hombre, simplemente quería proponerme un trato. Su voz era algo masculina y grave. Recuerdo sus palabras con certeza. Espero que puedas imaginarte lo siguiente con facilidad, te servirá más adelante:
hola, buenas noches. he oído hablar de tí, eres un hombre afortunado ¿sabes? No todos pueden tener a tantos discípulos bajo su poder. Me gustaría poder ser como tú, pero ya vez. Yo no me he casado, pero supongo que dolió demasiado. La querías mucho, de eso estoy seguro pero...
el hombre sacó de su traje una pequeña libreta y la leyó por un momento como buscando algo. Hasta entonces no me importaba el hecho de que no lo conociera, sólo quería sacar de mi cabeza esa escena llena de dolor. No podía dejar de imaginarmela, tan frágil y débil, no pensó que ese viaje en auto sería el último. También sin darme cuenta el lugar se quedaba sólo. Creo que la lluvia tenía ya un buen tiempo cayendo y hacia frío, apenas sí veía con la pequeña bombilla de esa esquina cercana a la barra. Era un lugar rústico pero acogedor.
te propongo un trato. Me parece que no te caería mal un juego, se llama la ouija, seguro has oído hablar de ella
En las últimas vacaciones de diciembre, un alumno mío uso una para "contactar" a su hermano que falleció el día de su cumpleaños. En lo personal creía que eran estupideces, pero todos cambiamos de opinión ¿no?
te dejaré hablar una última vez con ella, pero a cambio, tú tienes que darme algo... O alguien 
estuve a punto de gritarle algún insulto y dejar a ese hombre, el alcohol perdía su efecto. Pero cuando me estaba levantando el dijo en tono burlón Frida tiene algo que decirte (ese era el pseudónimo de Catherine, mi esposa. Era una escritora además de profesora, de las mejores de la universidad) cuando dijo eso me detuve en seco. Ya no había nadie en el lugar y sólo se oía la lluvia, muy fuerte. Y ya no había más luz, sólo nos iluminaba parcialmente la luz de la luna. Estaba lleno de sudor, pero por algún motivo no huí. El lugar estaba cada vez más frío y con un ambiente espectral y azul. Recuerdo muchas más sombras que objetos, algunas parecían humanas. Me senté y lo seguí escuchando con dificultad; la lluvia no pasaba y era más fuerte cada minuto.
para alguien tan culto debes saber que una vez dentro no hay salida, pero puedo darte una oportunidad. Necesito muchas personas para algo... Importante. Todo lo que tienes que hacer es darme la ubicación de alguien y yo te dejaré en paz. Sí quieres te puedo conceder otra petición, pero creo que tú amor por ella es mayor al momento de acceder sacó la tabla. Yo acercaba mi mano a ella, pero entre más lo hacia oía gritos, de mujeres, de hombres. Y también llantos. Cada ver aumentaban, pasaban de ser gritos a voces desgarrantes ¡el sonido era cada vez más agudo, sólo oía dolor y sufrimiento! No pasaban de gritar y la lluvia aumentaba, y las sombras se acercaban y los gritos. ¡esos gritos! Eso no era normal, pero no podía retroceder. Cuando toque la tabla todo se calmo y oscureció... ¡un rayo ilumino su cara seca y sin parpados, con una sonrisa que mostraba solamente colmillos!¡los gritos regresaron como agudos chillidos de ratas siendo mutiladas!
Sólo recuerdo el luego en un lugar vacío, sin nada, sólo la mesa y él. Sin embargo Catherine no me dijo algo muy consolador, no creo que pueda hacerlo desde el infierno. Ella me engañaba. Me engañaba con Demian. No con el que jugué, ese era sólo su cuerpo "prestado" el murió esa noche apuñalado en el corazón. Yo sólo puedo pedirte disculpas a ti por este medio. Me es muy difícil escribir esto sin que me vean vagando como lo que llaman un "demonio". Ahora sólo puedo pedirte que te cuides, que no confies en nadie, el no cumple sus tratos. Y bueno, creo que ahora te ha encontrado, te busco por mi, uso mi voz. Así es como el lo hace. Entra en tu mente. Yo no puedo hacer nada, ahora trabajo para él. Probablemente ahora este en tú casa. Escondido. Esperando a que desées algo cuando más lo quieras. No jugará a la ouija, eso ya lo uso conmigo. Sólo se que estará junto a ti en la cama cuando duermas, o sentado en tú sala. No hay forma de que se vaya, pero no te preocupes. El sólo viene cuando tienes la que fue mi voz en tu cabeza. Y si no tienes cuidado, pronto será la tuya.
 

MIÉRCOLES 14 DE DICIEMBRE DE 2011

Corazón de asesino

 
Las estrellas brillaban en el cielo y la luna mostraba su pálida y más reluciente cara, no habría otra noche como esta.
Las desoladas calles alumbradas por escasos faroles de luz no se dejaban ver por completo. Oscuros callejones ocultos en lugares poco visibles comunicaban algunas de estas vacías vías.
Escondido tras uno de los muros de los cientos de lúgubres callejones estaba él, aguardando tal cual feroz depredador la aparición de su tan esperada presa.
Sonidos con eco se escuchaban próximos al callejón, a lo lejos pudo distinguir la casi imperceptible figura de un hombre, tambaleándose de lado a lado, tropezando con todo a su paso. Preparó su plateado revolver y tratando de hacer el menor ruido lo cargó, se asomó nuevamente y en efecto, aquel hombre ahogado en alcohol no había escuchado nada, de hecho sería muy difícil distinguir el ruido de su arma con aquel carnaval de tropezones.
Si algo nuca dejaba de hacer aquel despreciable hombre era matar a su presa antes de devorarla, es decir, los asesinaba primero y luego los despojaba de todas y cada una de sus pertenencias, aquella noche iluminada escasamente por el cielo estrellado y algunos faroles no sería la excepción.
Con su brillante revolver en la mano derecha, esperó pacientemente la llegada de su victima, a la que sin saberlo le esperaba una muerte inminente. Los segundos corrían y su corazón latía cada vez con más fuerza, se sentía emocionado cada vez que cometía un crimen como éste, en su cara podía notarse una macabra y enfermiza sonrisa. 
El ruido se hacía cada vez más fuerte, la victima se encontraba mas cerca de su verdugo y por cada paso que daba se restaba tiempo de vida. El corazón de aquel asesino se aceleró a tal manera que creyó poder escucharlo.
Tropezones y palabras sin sentido llegaron a sus oídos, el próximo nombre en su lista de muertos estaba a sólo escasos metros de ser escrito.
Cuando aquel hombre completamente ebrio pasó junto a él, su corazón ya no podía latir más fuerte, la excitación no tenía igual, hacía muchos meses que no sentía emoción alguna. Se colocó detrás y caminando sigilosamente levantó su mano derecha, con suavidad y decisión le puso el revolver en la parte posterior del cráneo y sin que aquel hombre se percatara de lo mas mínimo haló aquel gatillo. Un estruendoso sonido invadió aquella solitaria calle y un destello fugaz de luz apenas pudo verse.
El hombre cayó al suelo como un gran saco de arroz, golpeó su agujereada cabeza contra el pavimento en un ruido seco y contundente, poco a poco pudo verse la sangre extendiéndose por aquella sucia y pestilente acera, hasta que llego al borde y se mezcló con la inmunda agua de la cuneta adyacente.
Sus manos se posaron rápidamente sobre aquel hombre ya sin vida, registró cada bolsillo a su alcance, sacó su billetera y extrajo de ella cada billete y cada centavo antes de arrojarla a la carretera; su corazón latía tan fuerte como antes, aún sentía gran felicidad y emoción.
Con cierta dificultad le dio la vuelta al cadáver que tenia frente a él, revisó los bolsillos delanteros del pantalón y una vez que extrajo lo poco que encontró, por simple rutina o morbosidad subió la mirada, merecía conocer el rostro de su presa, pero a diferencia de otras veces, sus ojos mostraron una expresión de asombro. Se acercó nuevamente y aparto con sus manos la aún fresca sangre del rostro de aquel ser ya sin vida y si su corazón antes parecía escucharse esta vez lo hacía de forma mas evidente.
Con expresión escalofriante y respiración acelerada subió el revolver hasta su sien, con pulso tembloroso haló nuevamente y por ultima vez aquel gatillo.
Otro ruido similar al de hacía unos minutos volvió a escucharse en aquella solitaria calle, de forma inmediata su cuerpo cayo al suelo haciéndole compañía al de su victima, no sin antes esparcir restos de cráneo y sesos por aquella acera ya bañada en sangre, a la que se le unió otra no tan distinta, eran no sólo del mismo tipo, sino que ambas procedían de un mismo linaje.
Dicen algunos que cuando cayo al suelo aquel despiadado hombre no cesó el sonido, sino algunos segundos después, cuando finalmente su corazón dejó de latir.
 

DOMINGO 4 DE DICIEMBRE DE 2011

El fantasma del difunto

 
Luis Enrique, hombre trabajador y luchador, este año no la tenia toda a su favor desempleado y con tres hijo y su mujer para mantener, no le había quedado otra alternativa que emplearse en un servicio funerario como chofer de una de las carrozas fúnebre, trabajo que no le agradaba mucho pero como el mismo decía la “Necesidad tiene cara de perro”. Así que nuestro amigo laboraba en este trabajo de 2: PM a 10: PM en el turno segundo y fue cuando culminando sus labores por ese día el supervisor le dice: - Mire Señor Luis, tengo que hablar con usted. Luis Enrique mira a la persona que le hablaba, este era un individuo de aspecto bonachón, como de unos 50 años aproximadamente. - Qué se le ofrece, señor Manuel? Contesta Luis Enrique con un poco de recelo en sus pensamientos quizás estaría pensando me despidieron. - Sucede que tenemos un difunto que tenemos que entregar en Turmero y el Señor Carlos no puede venir a trabajar hoy porque esta mal del estómago y… - ¿Y qué? - pregunta Luis Enrique con un poco de ansiedad. - Bueno, yo pienso que usted es la persona indicada para realizar este trabajo. - ¿Yoooo? - pregunta Luis Enrique. - Sí usted. - Pero eso esta, más o menos a cuatro horas de camino, yo estaría llegando a Turmero como a las dos de la mañana y para regresar ¿A qué hora? - Se alarmó nuestro amigo. - No te preocupes, en el regreso te puedes quedar en un hotel y te regresas cuando te sientas en condiciones. - Caramba Señor Manuel, yo no conozco Turmero y no sé la zona donde voy - replicó Luis Enrique. - Aquí tengo todo los datos que necesitas. Luis, mira necesito que me ayudes con este trabajo, ya que nos comprometimos a entregarlo hoy, contando con el señor Carlos pero ya tu vez así que cuento contigo. - Está bien, ni modo- replicó nuestro amigo y en pocos minutos estaba en marcha con su tétrica carga Ya había pasado una hora de camino y pasado el peaje de tazón tomando la autopista regional del centro que lo conduciría al estado Aragua, cuando baja por el sector los ocumitos nuestro amigo mira algo que se mueve en la orilla de la autopista y piensa. - ¿Qué es esto? ¿Será que alguien está pidiendo que lo lleve? ¿Y si es un atracador? Bueno, no creo que alguien quiera atracar a una carroza fúnebre, me voy a detener y si quiere el aventón…, pues con mucho gusto lo llevo. Nuestro amigo detiene el coche frente donde estaba la persona que le movía las manos. - ¿Qué le sucede, amigo? - pregunta Luis enrique. - ¿Me puede usted llevar? - contesta el hombre que estaba haciendo señas. - Bueno, si no le importa viajar en carro fúnebre. - No me importa. - contesta el extraño personaje. - Bueno, si es así pues suba usted - replica Luis Enrique con una expresión de alivio en su rostro. El extraño personaje aborda el coche sentándose al lado de Luis Enrique. - Caramba! sentí frió al abrir la puerta del coche - dice Luis Enrique. - ¿Para dónde se dirige usted? - pregunta nuestro amigo. - Bueno, yo me dirijo a Turmero- contesta el extraño. - No lo puedo creer -dice Luis Enrique. - ¿Por qué, acaso tengo cara de mentiroso? - replica el extraño. - No, no es eso, lo que sucede es que yo tengo que llevar a este difunto a Turmero y yo no conozco la zona y mira que encontrar a estas horas de la noche alguien que vaya a Turmero aquí en caracas… es como un milagro. - Bueno, se han vistos muchos casos - responde el extraño. - ¿Conoce usted a Turmero? - pregunta Luis Enrique. - Sí, nací en ese lugar - contesta el extraño. - Qué bueno, entonces usted conoce este sitio donde yo voy, mire la dirección - Luis Enrique saca una carpeta y enciende la luz del interior del coche y se la muestra a su acompañante, que casi sin mirar le responde: - Sí sé dónde es la dirección. - Genial - replica Luis Enrique. Y así recorren varios kilómetros casi sin mediar palabra, ya que las respuestas del extraño acompañante de nuestro amigo no exceden de Sí o No. Pasando cerca de una venta nocturna de café y comida Luis Enrique detiene el coche y le habla a su acompañante. - Podemos bajarnos a tomar algo en este sitio, un café u otra cosa? - No quiero nada - respondió el acompañante. - Bueno, está bien, cuídame al pasajero de atrás - bromea Luis Enrique, que el extraño ni se inmutó, a los diez minutos regresa nuestro amigo y pregunta: - Alguna novedad? Sabes… no me has dicho tu nombre. - No me lo preguntaste - contesta el extraño. - Bueno, yo me llamo Luis Enrique - dice nuestro amigo y extiende su mano, cosa que el extraño no le corresponde el saludo, pero sí habla. - Yo me llamo Pedro Caballero. - Entonces si tú eres de Turmero posiblemente conoces al difunto – replicó Luis Enrique. - Claro que lo conozco - contesto tajante el extraño hora Pedro caballero. - Sabes que eres un poco extraño - replica Luis Enrique. - ¿Por qué? - pregunta el acompañante. - Bueno, casi no hablas, no te ríes por nada, no comes, no bebes café. - ¿Tienes familia? – preguntó Luis Enrique. - Mira, ya estamos llegando, dobla a la izquierda y rueda cuatro cuadras y la casa es la número 27, ahí te están esperando – habló el extraño tajante y sin vacilar un instante, cosa que sorprendió a nuestro amigo. - Caramba, casi me dejaste loco, como sabes el número de la casa, la dirección si ni siquiera viste la carpeta, cuando te la mostré - habló Luis Enrique y de verdad estaba impactado. - Bueno, no tengo tiempo de responderte eso en estos momentos, así que déjame en esta calle y sigue tu camino y que Dios te acompañe - respondió el extraño, que ahora era más extraño todavía. - Oye, pero por aquí no hay nada, ni casas. Si quieres después de entregar al difunto te llevo a tu casa. - No puedo quedarme más tiempo, me bajo aquí - dijo y actuó el extraño. - Caramba, vale déjame parar el coche por lo menos - dijo Luis Enrique, que cuando no había terminado de estacionar, el extraño ya se había bajado y emprendido la marcha hacia el lado contrario de la calle. Luis Enrique trata de seguirlo con la vista pero el extraño se perdió en lo negro de la noche. - Vaya! Sí que tiene prisa – habló para sí mismo nuestro amigo, y poniendo nuevamente el auto en marcha, se dispuso a seguir la indicación que minutos ante el extraño le había indicado, y en efecto, en pocos segundos estaba frente a la caso donde esperaban al difunto las personas que estaban al frente de la casa al mirar la carroza corrieron al encuentro de la misma y enseguida se escucharon algunos llantos y lamento era claro que el difunto era muy querido en la casa y en la zona a juzgar por el numero de personas que acudió a el encuentro del difunto. Enseguida una mujer aborda a Luis Enrique y este se apresura a saludarle con estas palabras. - Buenas noches señora… mi sentido pésame. - Gracias - contesta la mujer como de unos treinta y cinco años de edad y nuestro amigo sin mediar palabra, camina hacia la parte posterior de la carroza tira la manilla de la compuerta, la cual se abre dejando entre ver la caja marrón que portaba el cuerpo del difunto y de inmediato varias personas se acercaron ayudando a Luis enrique a sacar el féretro trasladándole a un lugar predestinado ya para lo que seria el velorio del difunto acto seguido, el féretro fue puesto sobre uno pedestales y la mujer que antes salió a recibir a nuestro amigo abrió la compuerta que deja ver el rostro del ser querido al instante se escucharon los llantos y el desfilé de personas no se hizo esperar Luis Enrique ansioso, por dar por terminado el trabajo, pregunta: - ¿Quién me puede firmar el papel de recibido? - Yo - contestó la mujer que antes había recibido a nuestro amigo, y sin titubeo agarró los papeles que le entregó Luis Enrique. Éste, al recibir los documento firmados, da media vuelta y trata de salir de la casa, pero se frena como parado por una pared, y pensando en voz alta, dice: - Caramba, yo he viajado con este difunto por cuatro horas y ¿no le voy a ver la cara? – Luis Enrique se regresa sobre sus pasos y se acerca hacia el féretro y sin vacilar, se asoma a la ventanilla y el grito de pavor que salió de la garganta de Luis Enrique se escuchó por toda la zona. - Noooooooo, no puede ser posible. Luis Enrique sale despavorido del lugar llevándose todo lo que encuentra a su paso, la gente trata de detenerlo y calmarlo para saber que le ocurrió. - ¿Qué pasa Señor? - pregunta la señora que antes había firmado los papeles. - Es que este señor yo lo monté en los ocumitos, fue el que me indicó la dirección exacta hasta aquí, me dijo que se llamaba Pedro Caballero, se bajó del carro media cuadra antes ¿cómo puede ser el mismo? - ¿Quiere decir que viajó con un fantasma? *NOTA: La vida siempre te dará sorpresas, y por eso debemos estar preparados.
 

MARTES 29 DE NOVIEMBRE DE 2011

El alma y la sombra

 
El hombre camina sin rumbo bajo una llovizna pertinaz y totalmente ajeno al universo que lo rodea. La oscuridad es total, solo de vez en cuando algún relámpago ilumina los charcos y marca el contorno de los árboles que se mecen al ritmo quejoso del viento. Entonces la noche parece llenarse de espectros y quien sabe de que ocultos fantasmas. A lo lejos titila una estrellita de luz, luego otra, después otra más y de a poco se van uniendo entre sí como un rosario luminoso en la oscuridad infinita de la noche. Es una ciudad que se asoma lentamente, expectante, con curiosidad. La lluvia cae de forma displicente, vacía, sin ganas. La línea de luces se estira cada vez más anunciando la cercanía del pueblo que parece envuelto en un poncho de nubes cada vez más negras. 
Camina como un autómata, se siente desconcertado, no percibe nada de su cuerpo, ni frío ni calor, ni siquiera siente el viento ni el piso barroso bajo sus pies, es como si levitara hacia ningún lado. Cuando llegó al primer foco de luz recién pudo ver su propio cuerpo. Al hacerlo se estremece, está descalzo, lleva puesta una túnica blanca y larga hecha jirones y totalmente embarrada. Es inútil, cuanto más se observa menos se reconoce.
- ¡¡Por Dios!! - murmuró, -¿quien soy?, ¿donde estoy? tal vez perdí la memoria o sufrí un accidente... 
Cuando llegó a un centro poblado de luces vio acercarse a dos mujeres con paraguas que conversaban animosamente. Se acercó a ellas y les preguntó que lugar era éste pero no le contestaron, ni siquiera lo miraron prosiguiendo su camino. Pensó que tal vez se habían asustado por su presencia sucia y harapienta. Intentó hacer lo mismo con un señor que venía de frente pero también lo ignoró. Desorientado se acercó a un escaparate de exhibición de ropas e intentó mirarse en un espejo que había entre dos maniquíes desnudos, pero... ¡no se reflejaba!, aunque sí lo hacía todo el entorno de la calle... ¡pero él no! 
Se detuvo un instante tratando de comprender su situación pero le pesaba la cabeza y no podía clarificar sus pensamientos. Aterrado comenzó a... ¿correr?, ¿volar?, ¿levitar? ...nunca supo cuan lejos ni cuanto tiempo lo hizo, aunque no sentía cansancio. Finalmente se detuvo en una plaza, se sentó en un banco solitario debajo de un farol, debía tranquilizarse, tenía que pensar, razonar sobre lo que le estaba sucediendo o se volvería loco, ¡si es que ya no lo estaba! Entonces se llenó de preguntas sin respuestas: quien soy, de donde vengo, soy un espíritu o tal vez como dicen algunos espiritistas, un alma que dejó su cuerpo terrenal pero que aún no se enteró y vaga resistiéndose a morir definitivamente. 
Mientras piensa, baja la vista y mira sus harapos y alrededor de su cuerpo. Recién entonces se da cuenta de que no da sombra, el banco y los otros objetos de alrededor sí, ¡pero él no! Se acercó más a la luz y comenzó a girar y mover los brazos como aspas, pero nada, ni una sola sombra, parece que la luz del farol lo traspasa ignorando su cuerpo empapado. Estuvo un tiempo perplejo con la mente en blanco, tal vez para escapar de su situación. Lo vuelve a la realidad la lluvia que arrecia nuevamente. 
Por el brillo espejado de la calle desierta ve aproximarse a gran velocidad una mancha negra, aunque no alcanza todavía a definir su forma. De pronto se detiene y recién parece reparar en él. Lo estudia un momento como tratando de reconocerlo, luego comienza a acercarse, por un momento el terror lo paraliza al comprender que es su propia sombra que lo está buscando, entonces solo atina a escapar pero es demasiado tarde, la mancha se le tira encima, lo envuelve como un manto negro y ruedan en un abrazo interminable entre cuerpo y alma, materia y espíritu, luces y sombras.....

Al otro día, el único diario del pueblo, destaca en primera página la noticia que....“anoche, tirado en la plaza encontraron el cuerpo de un PAI umbanda que murió y fue enterrado hace ya mas de dos meses en el cementerio local. La policía encontró su tumba abierta y lo que mas llamó la atención de lo investigadores es que el cadáver a pesar del tiempo que estuvo enterrado aún no estaba en estado de descomposición...”
 

DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE DE 2011

Un cuento de fantasmas

 
Por más de 35 años, mi papá tuvo la oficina en la sexta avenida de la zona uno de la capital de Guatemala, a tres cuadras del Palacio Nacional. Esta es una zona muy comercial, pero hace rato que ya no tiene el glamour de los complejos de centros comerciales imitación de malls gringos en pequeño, tan de moda ahora en nuestro país.

Cuando terminaba la jornada de comercio (alrededor de las seis de la tarde) se reducía sensiblemente el ruido y entonces los que estábamos ahí, fácilmente escuchábamos cuando alguien abría la puerta de abajo (estábamos en segundo nivel), subía las gradas y entraba a la oficina. A veces no era nuestra gente sino la de la oficina que compartía el piso con nosotros. Hasta ahí todo bien. Pero algunas veces se oía nítidamente todos los sonidos de gente entrando, pero que nunca llegaba hasta la oficina, ni a la de enfrente. Se escuchaba la llave dando vueltas a la cerradura de la puerta, los pasos subiendo las 28 gradas hasta el segundo nivel, y nada más. Algunas veces salíamos al lobby que separaba las dos oficinas para ver si mi papá se había quedado revisando algo, o qué onda. Pero nada. 

Nosotros nunca le pusimos mucha atención al asunto, porque sabíamos que el cerebro suele jugarnos malas pasadas y que el crujir de los materiales al contraerse por el enfriamiento que viene con la noche, bien podía provocar (junto a nuestros traidores oídos) toda la sensación de alguien entrando. 

Me gustaría creer que eran fantasmas visitándonos. Me hubiera gustado ver alguno y saludarlo. ¿Qué daño te puede hacer un muerto, si los vivos son los que chingan?

Ahora en el mismo local hay un billar y cuando paso enfrente me pregunto si ellos también escuchan esos ruidos y si salen al lobby a comprobar que no hay nadie más que ellos. Y pienso que cuando muera, si me convierto en ánima y regreso a la tierra, seguro que visito la oficina de la sexta avenida. Abriré la puerta y volveré a subir esas 28 gradas, aunque si hay gente, tal vez no me atreva a entrar más allá del lobby.
 

DOMINGO 13 DE NOVIEMBRE DE 2011

Mi amiga

 
En el año 1789, en Inglaterra vivía Julliette, una niña de 10 años.
Esta chica vivía con sus padres, que eran ricos.
Vivían en una mansión, con dos plantas y muy luminosa, su padre era uno de los banqueros más ricos de la ciudad.

Pasó 4 años y el banco quebró. La casa se descuidó ya que no podían pagar a los sirvientes y aunque fueran tres no podían con todo, la casa ya no era luminosa ni bonita, era oscura, fría y las paredes estaban descascarilladas.
Julliette pensó en su mejor amigo, Jack, que le ayudaría, los padres hacía tiempo le buscaban una esposa y quizás ella podría estar entre ellas.
Fue aceptable, y aunque lo quería solo como un amigo, llegó a enamorarse de el y viceversa.

Pero días antes de la boda, el chico se calló por un barranco y se murió.
En el entierro dio un discurso y le llamó la atención un hombre de mediana edad que era el tío de su exfuturo prometido.
A el también le llamó la atención.
Al día siguiente, se levantó lentamente al escuchar una voz ronca que se oía hablar con sus padres.
Era el hombre, que le había pedido la mano a su padre, ella no quería, pero si quería sobrevivir eso era lo mejor, ella le prometió a su mejor amigo que nunca se volvería a casar, antes se moriría.
Ella se negó, el hombre iba todos los días a su casa y le obsequiaba con regalos, pero ella se negaba, hasta un punto en el que amenazó con matar a sus padres.

Ella aceptó, pasaron los meses y dos días antes de la boda se retiró, el hombre enfadado le pegó y se fue corriendo, en una de ellas la chica se volvió para defenderse y pegarle, y el hombre se enfadó más.

Juliette salió de la casa corriendo hasta el puente, donde el hombre la cogió y la estampó contra una de las columnas, cogio un cuchillo de su bolsillo y cuando fue a apuñalarla, la chica le retorció la mano y le quitó el cuchillo, y se lo clavó en el corazón, le dijo que nunca se casaría con el.

El le dijo que los papeles estaban ya hechos y que había falsificado su firma. 
Era mentira pero la chica se lo creyó, y también le dijo que ahora los padres se morirían de hambre.
La chica se arrepintió y a la vez recordó a su amigo, ella desesperada saltó por el puente mientras pensaba "antes de volverme a casar, me moriré".

Ahora la chica va matando a todos los chicos que se van a casar, pero en los sueños, dándoles la idea de suicidarse.
Quien se niega, lo posee y mata a la novia, apuñalada en el corazón.
 

SÁBADO 5 DE NOVIEMBRE DE 2011

La rueda

 
No sabía explicar la sensación, no se atrevía a contárselo a nadie. Pero la idea persistía en su mente, le obsesionaba. Estaba convencido que aquellos personajes diminutos, negros, enjutos, desfilando sin desfallecer día y noche, creía con firmeza que los transportaba en su mente.
Fue el día que visitó el museo de arte contemporáneo. En la quinta sala, dedicada a un pintor argentino llamado Juan Alberto Arjona, vio un cuadro que le llamó mucho la atención. Se titulaba "Girando alrededor de un mismo tema" y representaba a unos pequeños seres oscuros, portando cada uno de ellos una banderita, que daban vueltas en torno a una rueda en el centro del lienzo. El fondo era colorido y acentuaba aún más a los minúsculos entes. Edgar estuvo mucho tiempo mirando el cuadro. No entendía qué podía atraerle, qué significaba. Se dio cuenta que había pasado media hora sin moverse, observando, buscándole un sentido al óleo. Como despertando de un sueño, se giró y siguió visitando las otras salas, pero su mente divagaba, ya no le interesaba el resto de la exposición y pasaba de una sala a otra sin detenerse más que unos segundos. Antes de que cerraran volvió a la sala quinta y siguió contemplando el cuadro hasta que lo devolvió a la realidad un guardia jurado.
Esa noche durmió mal. Tuvo pesadillas y al despertar un dolor de cabeza le persiguió por el cráneo todo el día. La idea parecía absurda en un principio pero cuando a los tres días empezó a hablar cambiando las letras, el significado, las palabras, se convenció que ellos estaban allí. Los sentía girar en sus pensamientos, trajinando neuronas del módulo frontal al occipital, serrándole el tálamo, destruyendo sus conocimientos, avanzando uno detrás de otro, conquistando masa encefálica, desconectando axones.
Desesperado, intentaba memorizar listas de palabras, columnas de números, pero todo era inútil. El dolor de cabeza remitía y volvía con redoblado furor, mientras él seguía perdiendo recuerdos de su infancia, de su familia y de su vida. 
Volvió al museo una semana después. Se acercó al cuadro lentamente, veía como los muñecos pintados se acercaban despacio, creciendo hasta que los tuvo frente a sus ojos. Se acercó todo lo que pudo e intentó verles la cara pero estaban de espaldas. En un segundo todos se giraron y le miraron a los ojos. Les vio el rostro con unos ojos inyectados en sangre, sonrisas cínicas en bocas diminutas, abiertas, hambrientas, de pequeños dientes afilados. Edgar dio dos pasos atrás, tambaleándose y un relámpago alumbró su mente y entendió que el cuadro mostraba la psicosis del artista. Y empezó a chillarles, «¡salid de mí!», les gritaba, «¡salid de mí, salid de mí!», una y otra vez.
Acudieron dos vigilantes y lo sacaron del edificio mientras él seguía gritando. Sentía esos dientecillos como le mordían el cerebro, arrancando trozos a dentelladas, escupiendo la masa arrancada y riendo. Los guardias intentaron calmarle mientras llegaba la ambulancia pero Edgar se deshizo de ellos y empezó a correr enloquecido calle abajo, chillando y golpeándose la cabeza con las manos. Los peatones se apartaban asustados, nadie le detuvo y Edgar corrió y corrió hasta que no pudo más.
Se detuvo en un sucio callejón, agotado. No sabía qué hacer, ni a dónde ir porque ellos seguían allí, y seguirían con él allá donde fuera, seguirían dando vueltas alrededor de su cabeza, dando vueltas alrededor de sus pensamientos y arrinconándole en ese miedo que le envolvía, ese miedo que hizo que se acurrucara en un rincón, escondido. Ese miedo que imposibilitó que nadie lo encontrara. Ese miedo que acabó por llamarse Edgar.